Los datos macroeconómicos de Estados Unidos deberían preocuparnos. En medio de la reapertura y el mayor estímulo fiscal y monetario de la historia reciente, y con todos los vientos de cola, la confianza del consumidor se ha desplomado hasta el nivel más bajo desde 2016. Las ventas minoristas han vuelto a caer en julio, y los datos de empleo y producción industrial son mucho más que decepcionantes considerando el nivel de estímulo y que el PIB ha recuperado el nivel prepandemia.
La utilización de la capacidad industrial, al 76%, está un 4% por debajo de la media del periodo 1972-2020, y la tasa de participación laboral, en un 61,6%, lleva estancada diez meses y a niveles de 1980.
El ahorro, medido como tasa de ahorro total de la renta disponible, se ha desvanecido desde el 33,8% al 9,4%.
Pongámoslo en el contexto de una apertura que lleva más de un año en marcha y de un estímulo fiscal equivalente de tres billones de dólares y uno monetario de 1,7 billones de dólares en 2021. Estados Unidos entraría en recesión severa si no estuviese «dopándose» la economía.
No podemos ignorar tampoco los datos de ralentización de China, donde hasta los datos oficiales reflejan un frenazo en el proceso de expansión. Si tomamos la diferencia típica entre datos oficiales y reales, veremos que, por ejemplo, la formación bruta de capital se ha frenado rápidamente.
Esto es importante porque en la eurozona todo se fía al impulso fiscal y monetario además de los llamados fondos europeos.
La recuperación de la eurozona tiene más recorrido simplemente porque va más retrasada. El PIB de la eurozona aún está un 4% por debajo de los niveles prepandemia (7% en el caso de España) y el empleo está muy por debajo de los niveles de las economías comparables, teniendo en cuenta que debemos añadir los parados en esquemas de regulación de empleo temporal (ERTE) que siguen por encima de seis millones y el paro, en un 7,1% estimado para agosto, se recupera lentamente.
Estos datos refuerzan nuestra visión de que los bancos centrales mantendrán su política ultra expansiva con cambios muy modestos, más cosméticos que reales, y que los tipos se mantendrán bajos y, en el caso de la eurozona, negativos.
La amenaza de escalada de la tensión internacional tras el golpe de estado en Afganistán se añade al impacto de la variante delta que será más evidente en invierno, igual que ocurrió en el último trimestre pasado. Lo importante es entender que, desde el punto de vista inversor probablemente hemos pasado el cenit de recuperación y que los sectores más cíclicos ya descuentan ese impulso que se ralentiza lentamente, y que la situación fiscal de los países desarrollados imposibilita una normalización seria de la política monetaria. El BCE es el único comprador de deuda italiana y española, según el IIF (Instituto de Finanzas Internacionales), y esto disfraza un riesgo inminente pero no lo elimina.
La inflación, esa gran sombra en la recuperación, se mantiene elevada y aunque algunos componentes se han moderado, los factores más importantes para el consumidor medio, los bienes no replicables, se mantienen muy por encima de los niveles de 2015.
Los bancos centrales se encuentran ante la alternativa del diablo creada por su propia política. O dejar la inflación correr y crear un problema de estanflación o generar un susto en los mercados reduciendo las compras. Elegirán lo primero, sin duda.