Las bolsas sufrieron ayer un nuevo ataque de pánico que concuerda plenamente con el simple hecho de haber entrado en una dinámica en la que ya no todo sale mal, sino en la que lo positivo, aunque existe, a efectos prácticos no lo hace. Pero es que cuando a los inversores se les mete en la cabeza que la actividad económica va a ralentizarse, quizás (o no) demasiado, por culpa de la política monetaria, no queda más que contar con nervios de acero capaces de soportar caídas que se retroalimentan.
El último acontecimiento de moda para justificar un mercado «bajista» como el actual es el cierre de la Administración Pública de EE.UU. Y aquí es muy importante tener en cuenta dos cosas: por un lado, que no se trata de la primera vez que sucede y en ningún caso han provocado el caos, ni en las calles ni en los mercados; y en segundo lugar, ya para europeos, es que el cierre en EE.UU. no tiene nada que ver con lo que sería eso mismo en nuestros países, ni lejanamente.
De vuelta a los bancos centrales, el Riksbank sueco se sumó ayer a los que le han dado la vuelta a la situación con la primera subida de tipos en siete años. Y el razonamiento se resume a grandes rasgos en que ya es lo que iba tocando después de lo que ha tocado hacer estos últimos años. El Banco de Inglaterra, que ya pertenece a ese club de privilegiados, sigue más preocupado por la evolución del brexit naturalmente, pues pase lo que pase habrá consecuencias sobre sus políticas.
El pésimo comportamiento del mercado está basado principalmente en el miedo a que de la desaceleración manifiesta pasemos a la recesión hipotética. En relación a esto es cierto que hay indicadores que ayudan a pensar que el empeoramiento va a más, si bien los indicadores adelantados, o bien no caen (el Leading Indicator sube dos décimas, una más de lo esperado), o bien lo hacen todavía con mucho colchón (manufacturero de Filadelfia).
Buen fin de semana.
Llámanos 
