Desde que Macrón ganó las elecciones en Francia, Europa ha vivido una especie de alivio colectivo.
El populismo parecía finalmente derrotado. Una coalición en Alemania y unos datos de crecimiento económico y desempleo en Europa muy positivos parecían desterrar el fantasma del populismo de las soluciones mágicas.
Sin embargo, las señales no eran tan positivas. Hoy, en Alemania, el populismo de derechas ya es la segunda fuerza en intención de voto. Y en Italia nos acaban de lanzar un jarro de agua fría. El populismo ha ganado ampliamente, si sumamos a la extrema izquierda y la derecha.
Italia es un país que lleva en estancamiento económico más de veinte años. Tiene una deuda pública sobre PIB del 133% y un gasto público del 48% del producto interior bruto. Ante esa evidencia de economía asfixiada y de exceso, la respuesta del populismo es que el problema es que gastan poco y que sufren austeridad.
En las optimistas expectativas del Fondo Monetario Internacional, Italia crecerá un 1,4% en 2018 y un mero 1,1% en 2019. El nivel de desempleo es relativamente alto comparado con las economías líderes de la OCDE, que han sido las comparables para Italia desde hace décadas. Pero ya hace años en que Italia se contenta con compararse con países con mayores dificultades. Y resignarse.
No, Italia no ha vivido ninguna austeridad. El gasto público se ha movido entre un 49% y un 50,9% del PIB durante todo el periodo reciente, y no solo se ha mantenido una presión fiscal muy negativa para el empleo y el crecimiento, sino que ha aumentado, tanto la fiscalidad como la intervención burocrática.
No, Italia no crece poco por estar en el Euro, como repiten incesantemente los populistas de uno y otro extremo, sino por un sector público que ha fagocitado el potencial de la economía. Los italianos mejoran exportando, pero los desincentivos a la creación de empresas e inversión dentro del país siguen siendo enormes.
Ante la evidencia de un pobre desempeño del modelo hiper-estatista de Italia, y los fracasos constantes de sus gobiernos, los ciudadanos han optado por la alternativa más lógica, nótese la ironía. Más estatismo, más intervencionismo y soluciones mágicas.
¿Qué proponen los populistas? Lo de siempre. Salir del euro, como si eso fuese una solución. Cuando los ciudadanos y empresas sufran el brutal hachazo en renta disponible, en poder adquisitivo y en acceso a crédito de la salida del euro, entonces los populistas culparán a los mercados, no a sus ideas imposibles.
Con una deuda del 133% del PIB, que en deuda total —incluyendo privada— es más del 250% del PIB, y más de 300.000 millones de euros en préstamos de difícil cobro en sus bancos, salir del euro sería un dominó de quiebras que devastaría la economía ante la imposibilidad de pagar los compromisos y el cierre inmediato del flujo de crédito a nuevos proyectos, sean privados o públicos.
Con la salida del euro, las pensiones y sueldos públicos en Italia sufrirían una caída del 40-50% en el mejor de los casos.
¿Austeridad? Italia —como cualquier país— iba a saber lo que es austeridad si se sale del euro. No habría acceso a crédito para un país que necesita refinanciar casi 350.000 millones de euros de deuda en los próximos años.
Las propuestas populistas ahondan en lo que ya ha convertido a Italia en una economía estancada, y simplemente empeorarán lo que ya es una situación muy compleja por falta de reformas y de soluciones promercado.
Las elecciones en Italia nos han recordado que la pesadilla del populismo era y es muy real, y que el riesgo para el proyecto europeo sigue siendo cubrir los problemas estructurales con inyecciones de liquidez pensando que eso evitará que avance dicho populismo. Y lo único que se consigue es blanquearlo. Si la Unión Europea, de nuevo, se pliega ante el avance intervencionista blanqueando y justificando las entelequias populistas en vez de convertirse en un centro mundial de crecimiento, innovación e inversión, no podrá quejarse cuando el proyecto europeo sufra otra grave crisis.
En unos meses probablemente veremos como los mercados reaccionan con alivio ante un gobierno en minoría en Italia. Pero, como en Francia o Alemania, volveremos a ignorar que seguimos incubando el huevo de la serpiente cuando los líderes europeos se empeñan en mantener un modelo intervencionista que entorpece la iniciativa empresarial y la inversión. No se combate el populismo dándole alas.