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15/02/2018 AUTOR: Daniel Lacalle Estrategias

Inflación, ¿qué inflación?

Inflación, ¿qué inflación?

La inflación en Estados Unidos se ha convertido en el gran “miedo” de los participantes del Mercado en 2018. Y es un miedo injustificado.

Pero, ¿por qué ese miedo? ¿Qué clase de mercado es ese que se asusta porque suban los salarios y baje el desempleo? ¿Qué clase de inversores somos si nos preocupa que se normalice la política monetaria?

Mientras todos los bancos centrales llevan obsesionados por crear inflación por decreto inyectando más de 20 billones de dólares en las economías líderes, todo un consenso —extremadamente apalancado a veces— apostaba por “reflación sin inflación”, es decir, apuestas largas a sectores ultra-cíclicos y ligados a la inflación pero a la vez esperando que esa inflación no se genere para que continúen las políticas mal llamadas expansivas.

Ese miedo a la inflación forma parte del susto bursátil de los últimos días. Sin embargo, ¿podemos decir que estamos en un periodo reflacionista? Difícilmente.

Primero, los datos de precios al consumidor (IPC) en EEUU de enero han repuntado por un efecto estacional, siempre ocurre en enero, y monetario, la devaluación del dólar, que explica hasta un 70% del aumento en el indicador general de inflación.

La inflación subyacente se mantenía en un modesto 1,8% anualizado, una cifra nada preocupante para una economía en expansión, con empleo a máximos y salarios creciendo. Esta baja inflación es consistente con la baja productividad (crecimiento alrededor del 0,5% anual en los últimos años), alto endeudamiento y la perpetuación de la sobrecapacidad vía refinanciaciones de deuda «zombi» por los tipos bajos. A eso hay que añadir la maravillosa desinflación por tecnología e innovación y mejor competencia. Nada negativo en todo ello.

Un mercado que reacciona negativamente a la caída del paro a niveles récord y un aumento de salarios del 2,9% —una subida real baja y aún por debajo de los niveles precrisis— es, como mínimo, un mercado poco sano. Ninguno de esos factores es negativo. Lo que es preocupante es que los inversores reaccionemos negativamente ante las buenas noticias y aplaudamos las malas porque “mantendrán los estímulos”. Con suerte, esa mentalidad cambiará con el repunte de la volatilidad y un presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, menos político y más técnico que Janet Yellen.

No olvidemos que la inflación general ha subido fundamentalmente por la energía +0,5% y la comida +0,2%. Ningún consumidor jamás se ha beneficiado de un aumento de los precios de los alimentos, la gasolina, el gas o la electricidad. Y muestra la preocupante obsesión del consenso de economistas con la inflación a cualquier precio, aunque sea la parte negativa.

Aun así, una inflación anualizada del 2,1% no deja de ser un pequeño repunte estacional después de la caída reciente.

 

evolución de la inflación
Gráfico cortesía de Hedgeye

Sigo considerando que las expectativas del consenso están exageradas en cuanto a inflación subyacente (+1,5-1,6%) y general (en algunos casos por encima del 3%). Provienen de unas estimaciones para las materias primas y los precios de los alimentos y bienes duraderos que son inconsistentes con el exceso de suministro, tecnología y capacidad ociosa remanente.

Mientras tanto, en la economía norteamericana, los datos macroeconómicos no muestran una grave desaceleración, sino un fortalecimiento de un ciclo que fue liderado durante ocho años por la peligrosa expansión monetaria, la deuda y el gasto público, y que ahora, por fin, se centra en los agentes económicos privados, tras las recientes medidas fiscales.

Las ventas minoristas y la formación bruta de capital apuntan a un crecimiento de entre el 2,7% y el 3% para el primer trimestre de 2018.

La economía norteamericana tiene casi pleno empleo en datos de paro, pero no en participación laboral, que continúa por debajo de los niveles precrisis. Hasta que no se recupere un índice de participación laboral cercano a niveles precrisis —es decir, recuperar trabajadores sacados de las listas de paro—, la presión salarial seguirá siendo baja porque el stock de trabajadores ociosos fuera de las listas oficiales está infraestimado. Estados Unidos, además, mantiene un nivel de trabajo temporal superior al 17%, todavía superior a la media de periodos recesivos.

Hasta que no se recuperen esos segmentos a niveles precrisis, las subidas de salarios son positivas, pero no una señal de recalentamiento.

Mientras tanto, los resultados empresariales siguen mejorando. Han publicado 390 empresas del S&P 500 con sorpresa positiva en resultados en la gran mayoría de sectores. Las expectativas de las propias empresas para 2018 se mantienen optimistas y, lo que es más importante, la temida reducción de recompras de acciones no se está dando.

Las tendencias de largo plazo, por mucho que moleste a los inflacionistas, son positivas para los consumidores. La innovación y avance tecnológico, añadida al maravilloso efecto desinflacionista de la creciente independencia energética de EEUU son factores excelentes para el crecimiento, competitividad y el valor añadido de la economía, y permiten que los precios sigan contenidos. En la parte negativa, el enorme y creciente endeudamiento de EEUU —y casi todas las economías globales— por la obsesión de cubrir problemas estructurales con políticas inflacionistas caducas, genera el efecto contrario al deseado. La desinflación por exceso de capacidad y por el peso de la deuda avanza. Los tipos bajos han perpetuado la sobrecapacidad y la «zombificación» de sectores que tradicionalmente generaban subidas de precios, y el proceso de obsolescencia de los sectores ineficientes permite la sustitución sin generar subidas abruptas de precios.

Pero si nos centramos en lo positivo, la tecnología y la independencia energética añadida a una mejora de la renta disponible de las clases medias llevan a un crecimiento más sano y más sostenible. Afortunadamente, todo ello también contiene el aumento de la inflación, el impuesto de los pobres.

Daniel Lacalle
Economista Jefe

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