La lista de los países con mayor superávit comercial con Estados Unidos está liderada por China, que vende 375.000 millones de dólares más de lo que importa. Le siguen, muy de lejos, México (71.000), Japón (69.000), Alemania (65.000), Vietnam (38.000), Irlanda (38.000) e Italia (31.000). Si hacemos el ejercicio de poner al lado el informe de 2018 del USTR (Office of the U.S. Trade Representative 2018 National Trade Estimate), los mercados que tienen más medidas proteccionistas contra Estados Unidos son China, la Unión Europea, Japón, México y la India. Sorpresa.
Estos datos explican mucho más sobre el fracaso de la cumbre del G7 que cualquier análisis maniqueo sobre Trump, Trudeau, Macron o cualquiera de los líderes allí reunidos.
Durante los últimos veinte años, el mundo ha llevado a cabo una práctica generalizada en esa desastrosa idea de “sostener” el PIB con políticas de demanda. Construir exceso de capacidad, subvencionarlo y esperar poder exportar dicho exceso… a Estados Unidos.
El acero y aluminio, como el automóvil, son ejemplos bien evidentes de construir capacidad innecesaria y subvencionarla, país por país, esperando que sea otro el que cierre sus fundiciones y fabricas y, a la vez, exportar más. Mientras, las barreras contra el comercio global aumentaban. La Organización Mundial del Comercio alertaba, año tras año, desde 2010, sobre el incremento del proteccionismo. Estados Unidos, ante el aumento exponencial del déficit comercial, fue el que más medidas proteccionistas introdujo entre 2009 y 2016. Las quejas de Estados Unidos en la Organización Mundial del Comercio caían en saco roto.
Y entonces llegó Trump. La exigencia de la administración Trump en el G7 de eliminar todos los aranceles y barreras, rechazada por los demás, ha demostrado que el truco mediático de acusar de proteccionismo a Estados Unidos no se sostiene. Cada vez que la administración Trump ha presionado con aranceles, nos hemos “enterado” de que los “líderes del libre comercio” de China y la Unión Europea tenían una importante lista de aranceles y barreras contra Estados Unidos.
La estrategia de Trump es evidente. Desmontar el truco de imponer barreras dentro, con una sonrisa, y a la vez intentar exportar más a Estados Unidos. Los propios fabricantes de coches alemanes han pedido a la Unión Europea que reduzca los aranceles a los automóviles norteamericanos, los chinos han aceptado reducir barreras a la importación de productos agrícolas e industriales de EE.UU., etcétera. Hasta la Unión Europea reconocía que el plan “Made In China 2025”, que denunció Estados Unidos, suponía un objetivo consciente de limitar el comercio exterior.
Tenía que explotar. Si todos los países subvencionan su exceso de capacidad y lo intentan exportar a Estados Unidos mientras usan excusas peregrinas para limitar las importaciones del líder del mundo, este termina por romper la baraja.
Y la estrategia de “proteccionismo con cara de libre mercado” de los líderes del G7 saltó cuando Trump dijo “se han aprovechado de Estados Unidos durante décadas” y pidió que se eliminen todas las tarifas y aranceles completamente. Curiosamente, los que se presentaban como defensores del libre comercio se han negado.
Lo veamos como lo veamos, el juego se ha acabado.
Estados Unidos tiene todas las de ganar. Por un lado, exporta muy poco. Casi un 12% del PIB. Por otro lado, todos quieren vender allí porque las condiciones de apertura de mercado, de competencia y de oportunidades son mayores. Adicionalmente, sin su enorme superávit comercial, la Unión Europea y China no pueden sostener su crecimiento.
¿Y la deuda? Lo he explicado mil veces. China tiene 1,3 billones de dólares de deuda de Estados Unidos. No llega al 6,2% del total. Ni es el mayor tenedor de deuda de Estados Unidos ni es una amenaza. Como se ha demostrado todo el 2018, la demanda de bonos de EE.UU. es muy superior a la oferta en todas las emisiones y los fondos de deuda de EE.UU. absorberían esos bonos chinos en pocos días. Además, China no puede venderlos. Para China, esos bonos son reservas de moneda extranjera. Si los venden, el yuan sufriría una enorme volatilidad, sobre todo cuando su moneda se utiliza en menos del 4% de las transacciones mundiales y su valor está más que cuestionado por la imposición de control de capitales.
Ha sido muy fácil para la Unión Europea y China ponerse medallas sobre el crecimiento de su PIB gracias a un sector exterior y un superávit que escondía enormes barreras bajo diferentes subterfugios. Desde brutales barreras burocráticas, impuestos escondidos, desprotección de propiedad intelectual, subvenciones desproporcionadas a sectores obsoletos para intentar exportar sus excesos, hasta peregrinas excusas medioambientales inventadas; esto se ha acabado. Si queremos vender a Estados Unidos, tenemos, todos, que adoptar medidas que de verdad aumenten el libre comercio, no que disfracen nuestro proteccionismo con careta de apertura.
Ojo con las más que optimistas expectativas de crecimiento global. El G7 nos muestra otra tarjeta amarilla a la complacencia de los mercados.
El fracaso de esta cumbre debe, como mínimo, alertarnos sobre las estimaciones excesivamente optimistas de crecimiento global. Estados Unidos cuenta, en su negociación de “puño en la mesa”, con un as inesperado: La evidente ralentización del crecimiento europeo. Los datos de producción industrial, PIB, consumo y crédito apuntan a un crecimiento mucho más pobre de lo estimado. La Unión Europea sale de la política de estímulos monetarios con una caída muy importante de todos los indicadores de sorpresa económica.
Seamos prudentes. El proteccionismo solo protege a los gobiernos. Todos los demás salimos perdiendo. Estados Unidos está llevando a cabo una táctica de negociación agresiva, pero le puede salir mal, porque muchas veces los políticos prefieren que las cosas empeoren a perder su control, y ese es un riesgo relevante con China y Europa. Además, Trump sabe que los aranceles hacen daño dentro también. En 2001, Bush Jr. introdujo aranceles al aluminio que destruyeron miles de puestos de trabajo, y las constantes medidas proteccionistas de Obama llevaron al país a los peores datos de crecimiento exterior en décadas. Poner el puño en la mesa y exigir que todos eliminen sus barreras puede terminar en lo que ya intuimos. Que todos echen la culpa de sus limitaciones al comercio al enemigo exterior. Al “malvado” Trump. Y viceversa. Los que sufriremos seremos los consumidores de todo el mundo.