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21/07/2023 AUTOR: Daniel Lacalle Estrategias

Defender a la clase media para invertir con sentido

Gente manifestándose para salvar a la clase media en una reunión pacífica en la calle

La economía global no va a dar grandes sorpresas positivas en 2023, pero los últimos datos nos permiten ser relativamente optimistas dentro de la cautela y, por lo tanto, el escenario de beneficios empresariales y macroeconómico es relativamente atractivo para la renta variable y fija.

 

Creemos que un entorno macroeconómico de bajo crecimiento, pero no recesión, e inflación en proceso de reducción, aunque persistente, puede generar más oportunidades de inversión que miedo entre los inversores.

 

La lectura de la última encuesta reciente de la Universidad de Michigan sobre las expectativas de inflación a un año subió al 3,4% en julio desde el 3,3% en junio. La perspectiva de cinco años también aumentó a 3,1% desde 3% en el mes anterior. A pesar de ello, el índice de confianza del consumidor rebotó y mejoró poco a poco. Lo mismo ocurre con el empleo. Es cierto que los salarios en términos reales no crecen, y que la ratio de participación laboral y tasa de empleo se mantiene por debajo de los niveles prepandemia, pero la creación de empleo es positiva y la economía crece más de lo esperado, aunque el consumo en términos reales y la inversión se contraigan.

 

En el caso de China, los datos son más débiles de lo estimado, pero es una economía que crece mucho más que los países desarrollados incluso con un debilitamiento significativo del sector inmobiliario. Es decir, el crecimiento es mucho más sostenible.

 

La inflación se está moderando en la mayoría de los países, aunque a un ritmo más lento de lo deseable.

 

Merece la pena recordar que una inflación del tres o cuatro por ciento no debe hacer que los bancos centrales cambien su política. Se está generando un peligroso mensaje en los medios financieros que viene a decir que debemos aceptar una inflación anual del tres por ciento como un éxito en la lucha contra el aumento de los precios. Según ese análisis, una inflación de tres o cuatro por ciento es suficiente para pivotar y volver a la relajación monetaria. No lo es.

 

No podemos caer en ese error. La inflación es acumulativa y un tres por ciento anual durante diez años es una pérdida de poder adquisitivo de la moneda del 34% tras un periodo que ya ha generado un entorno inflacionario desastroso.

 

No podemos esperar que los bancos centrales vuelvan al exceso monetario con una economía que se mantiene estable, empleo creciendo y con aumento de las expectativas de inflación a largo plazo.

 

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Los que trabajamos en el mercado financiero no podemos exigir políticas mal llamadas expansivas que dejan una terrible destrucción de los salarios reales y los depósitos, y que han supuesto un gran incentivo para mantener las partes menos eficientes e improductivas de la economía. La inflación no es solo un impuesto oculto creado por un gasto público inflado financiado con moneda creada artificialmente; también es un subsidio oculto a la obsolescencia y un gran desincentivo para la productividad, la innovación y la transformación tecnológica.

 

La expansión monetaria ha impulsado importantes burbujas en el mercado, y hay analistas que quieren que regrese la «burbuja de todo», incluso si eso significa un crecimiento económico más débil, una productividad deficiente y una disminución de los salarios reales.

 

La inflación no está causada por las materias primas, los salarios o los beneficios empresariales. La inflación es causada por el aumento constante de la cantidad de moneda en circulación muy por encima de la demanda real. El mayor consumidor de moneda de nueva creación es el Gobierno, y esto es especialmente preocupante en un país como Estados Unidos, donde no se espera que el déficit anual sea inferior a un billón de dólares cada año hasta 2032. Es el exceso de gasto público lo que provoca inflación, que es la pérdida del poder adquisitivo de la moneda central.

 

Cuando muchos dijeron que «no había inflación», lo que todos vivimos fue una inflación masiva de activos financieros y un aumento desproporcionado en los precios de bienes y servicios no reemplazables.

 

Recuerden que ese periodo que muchos consideran «sin inflación» fue el período entre 1996 y 2018, cuando los gastos sanitarios subieron un 100%, el cuidado de los niños un 110%, la vivienda un 60%, las matrículas universitarias un 200% y el precio promedio de los bienes y servicios no reemplazables subió un 57%, según el estudio del American Enterprise Institute que recopila datos de la Oficina de Estadísticas Laborales. Entre 2000 y 2022 el mismo estudio mostró una inflación general de bienes y servicios esenciales del 74%. Decir que no había inflación es engañar.

 

Si en un periodo de baja inflación como 1996-2018 los ciudadanos norteamericanos han sufrido aumentos de precios del 74% en la cesta promedio de bienes y servicios esenciales, imaginen por un segundo cuál sería el aumento anual de los precios de esos mismos bienes no reemplazables con una inflación oficial del tres por ciento anual. Sería la destrucción de la clase media. Crecimiento negativo de los salarios reales y aumentos masivos en los precios de los bienes esenciales creado por la constante erosión del poder adquisitivo de la moneda.

 

Es por todo ello por lo que debemos ser conscientes de que los bancos centrales seguirán su senda de subida de tipos y de contracción monetaria. Y eso es bueno para todos a largo plazo. Los mercados están reaccionando bien a esa normalización y podemos encontrar oportunidades en renta fija con un poco más de duración, en renta variable considerando empresas con buenos márgenes y sólida generación de caja, y en activos no cotizados siendo prudentes con las valoraciones.

 

Como inversores debemos defender la política monetaria honesta y que defienda el poder adquisitivo de la moneda y, con ello, los salarios reales de los ciudadanos de clase media. Es lo mejor para el mundo y para la inversión fundamental a largo plazo.

 

Daniel Lacalle
Economista Jefe

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