Pues no estábamos recuperando la tranquilidad y va y llega Trump y lo eclipsa todo.
Tan solo una acción como la imposición de aranceles a las importaciones de acero y aluminio ha sido lo mínimamente necesario para despertar el miedo otra vez. Dejando el mercado a un lado, esta clase de medidas en un mundo que tiende a la globalización no terminan de tener mucho sentido, especialmente por el riesgo de que sean los consumidores de EE.UU. los que paguen de su bolsillo el populismo más barato. Pero claro, igual hasta se salvan puestos de trabajo, dirán.
Era día para Powell aunque su jefe le robara todo el protagonismo. El presidente de la Fed se reafirmó en lo dicho el martes sobre la necesidad de frenar el posible recalentamiento de la actividad norteamericana y querer evitar llegar tarde con la política monetaria, lo que en lenguaje de la calle viene a significar que lo de subir tipos cuatro veces es bastante más probable de lo que podíamos pensar.
Hay quien puede argumentar que por crecimiento vale, pero que si es por inflación tampoco existe una necesidad imperativa por subir tipos de forma más o menos agresiva. La lectura de inflación correspondiente a enero, medida por el PCE, se ha vuelto a quedar estancada en el 1,5% en la versión que no tiene en cuenta energía, es decir, que expectativas puede haber, pero que hoy por hoy no parece que haya tanta presión en precios.
Si bien la inflación no es todo lo que cabría esperar cuando se pusieron en marcha los experimentos monetarios con nombre en clave QE, el crecimiento sí es lo mejor que estamos viviendo en mucho tiempo. Así como los PMI europeos de manufacturas han sufrido un leve descenso, pero aún en niveles elevados, el ISM estadounidense ha experimentado un incremento que lo ha llevado por encima de los 60 puntos. Con esta tendencia, global, no es de extrañar que incluso Kuroda haya empezado a hablar de dar carpetazo a los estímulos para el próximo año.
Y el domingo Europa se la juega, pero eso ya será cosa del lunes.
Buen fin de semana.