Tras las últimas revisiones a la baja en las estimaciones de crecimiento mundial, por parte de organismos como el FMI, la OCDE o más recientemente la Comisión Europea, se confirma que probablemente hayamos asistido al techo del ciclo económico en 2017. Las perspectivas para el crecimiento global se debilitan y las tensiones comerciales entre China y EE.UU. van en aumento.
Este es el momento en el que cobran fuerza las discusiones sobre cuál va a ser la velocidad en la pérdida de dinamismo de la economía a nivel mundial. Si bien es cierto que las tasas de crecimiento estimadas descartan que vaya a producirse una recesión, el incremento de los factores de riesgo hace pensar que lo mejor del ciclo ya lo hemos visto.
Los niveles de incertidumbre se han incrementado, por lo que los episodios de volatilidad serán cada vez más frecuentes. Estos elementos condicionan el comportamiento de los mercados, provocando sobrerreacciones bursátiles intensas como las que hemos visto durante el mes de octubre, y en las que además, en esta ocasión, han participado las bolsas estadounidenses.
El crecimiento de EE.UU. y de los beneficios de sus compañías ha estado alimentado por la reforma fiscal durante este año. Un acusado estímulo en un momento en el que la economía presentaba un elevado crecimiento con mínimas tasas de desempleo. Cierto es que, por un lado y a corto plazo, provoca un empujón adicional, pero por otro, y con efectos a más largo plazo, eleva considerablemente el déficit del país.
Las condiciones económicas en EE.UU. continúan favoreciendo la normalización monetaria, la inflación subyacente ya se encuentra en el deseado 2% y la tasa de desempleo en el 3,7%. Pero un sobrecalentamiento americano podría llevar a un ajuste al alza de los tipos de interés, más rápido del que hasta ahora descuenta el mercado, con efectos nocivos para la economía americana y sus compañías, en las que el elevado apalancamiento pondría en duda la generación de los futuros beneficios empresariales, añadiéndose al impacto de las tensiones comerciales. La suma de unos tipos de interés más elevados, mayores costes energéticos y unos salarios crecientes acentuaría las presiones sobre los márgenes empresariales.
Sin duda, una subida más acusada de los tipos de interés provocaría efectos perjudiciales en los mercados emergentes, considerables turbulencias financieras y mayor salida de flujos inversores. A su vez, esto tendría impactos negativos en las economías desarrolladas y especialmente en las que poseen fuertes vínculos con emergentes. En definitiva, la zona euro sufriría por su elevada exposición comercial y bancaria al mundo emergente. Y es seguro que si las condiciones internas en EE.UU. se debilitan, las peleas comerciales se intensificarán, creando más inquietud y ensombreciendo el futuro.
Ahora bien, si yo les pregunto si tomarían en consideración invertir en un país desarrollado con una capacidad de crecimiento del PIB del 2,5% y de los beneficios por acción del 9,5%, para el próximo año. Una nación que cuenta con un mercado laboral que genera sólido empleo, la confianza empresarial se encuentra en máximos y el consumo privado se mantiene fuerte y supone cerca del 70% del PIB, ¿les motivaría invertir en EE.UU.?