Muhammad Yunus, creador de los microcréditos y premio Nobel de la Paz, decía que “los pobres son las personas bonsái. La sociedad no les ha permitido el suelo auténtico. Si les permites el suelo legítimo, oportunidades reales, crecerán tan alto como todos los demás.”
Según Naciones Unidas, pese a que la tasa de pobreza mundial se ha reducido a la mitad desde el año 2000, en las regiones en desarrollo aún una de cada diez personas, y sus familias, sigue subsistiendo con 1,90 dólares diarios y hay millones más que ganan poco más que esta cantidad diaria.
Normalmente estas personas no pueden solicitar un préstamo por los sistemas tradicionales, como serían los bancos, por no cumplir con los requisitos que se exigen.
Para financiar ese “suelo legítimo” que menciona Yunus, se pusieron en marcha las microfinanzas, que consisten en préstamos de una cuantía reducida y de corta duración enfocados a impulsar a esos emprendedores, que teniendo un proyecto empresarial carecen del capital necesario, o bien a solucionar pequeños imprevistos de las economías familiares.
Los microcréditos por lo general pueden llegar hasta los 3.000 euros. Suelen ser de mayor cuantía que los minicréditos, que son préstamos inferiores a los 900 euros.
¿Qué diferencia existe entre una donación y un microcrédito?
Mientras que las donaciones mitigan situaciones de emergencia o de necesidad aportando comida, bienes de primera necesidad o apadrinando la educación de niños, las microfinanzas permiten inversión de impacto. Es decir, permiten a personas excluidas de los círculos bancarios tradicionales, generar actividades productivas de autoempleo y lograr una vida sostenible.
¿Por qué se consideran algo transformador?
Pero ¿son rentables estos instrumentos?
Como referencia, entidades con gran experiencia en este activo como BlueOrchard, Erste Bank o Symbiotics obtuvieron rendimientos superiores al 1% en 2018, (año en el que prácticamente todas las clases de activos perdieron dinero), con tasas de mora inferiores al 2%. Adicionalmente, los microcréditos presentaron una correlación cercana a cero respecto a índices como el MSCI o el JPM de renta fija emergente, es decir, ofrecen una descorrelación real respecto a los activos tradicionales.
Como hemos podido apreciar, en la base de la pobreza, pequeños impactos financieros pueden generar grandes impactos en la vida de las personas.
Esperemos, que con la ayuda de este instrumento se cumpla el sueño de Yunus y “los niños de próximas generaciones vayan a ver la pobreza a los museos.”