Nada más escribir la pregunta del título me he dado cuenta de lo obvio de la respuesta; disculpen, es lo que tiene el hablar como si estuviésemos de tertulia en torno a una mesa camilla con un café.
El otro día comentábamos que cuando las cosas van bien la preocupación se apodera de nosotros, cierto recelo que nos impide ser felices por temor de que lo que está funcionando deje de estarlo sin apenas darnos cuenta. ¿Qué hacemos entonces? Pues nos boicoteamos, escudriñamos con lupa los rincones para encontrar finalmente algo que nos provoque ese malestar del que siempre dijimos querer huir.
Parece que hoy estoy con ganas de boicotearme.
Tenemos frente a nuestras narices un crecimiento global sincronizado (por primera vez desde 2007 estamos en una fase de aceleración del crecimiento general), las previsiones macroeconómicas son optimistas (lean el último informe trimestral de expectativas del FMI “World Economic Outlook October 2017″) y unos mercados financieros venturosos. Qué extraña sensación de seguridad, ¿no les parece? Por eso me pregunto si me estaré perdiendo algo, sobre todo cuando tocamos el tema de la inflación y de los miedos de los bancos centrales a mover ficha a la hora de disminuir/retirar estímulos monetarios o subir un «cuartillo» de punto los tipos de interés. Como si algo, que en principio debiera resultar natural por el favorable entorno económico que vivimos, fuese a provocar en los mercados una conmoción en la fuerza.
Si la inflación va a continuar baja, por cuestiones demográficas y tecnológicas, o mejor dicho por encontrarse bajo el influjo de unos factores estructuralmente dominantes, ¿acaso los bancos centrales ya no deberían preocuparse por el sobrecalentamiento de las economías?, ¿estas pueden estar enfervorizándose y no nos damos cuenta?, ¿habrá que replantearse los niveles de inflación óptimos?, ¿tendremos que reconsiderar las políticas monetarias a seguir?
No podemos dudar sobre los efectos obtenidos con las políticas de compras de bonos de los bancos centrales, han alentado el crecimiento y esquivado un espeluznante escenario deflacionista (¡bien hecho!). Pero estas políticas extraacomodaticias están perpetuando nuestras adicciones a unos tipos de interés bajos y unos elevados niveles de deuda, entre otras cosas. Además, y mira que ponen todo su empeño, no consiguen generar inflación en un contexto propicio como hemos comentado. Bueno, al menos no consiguen generar inflación de bienes y servicios; algunos hablan de que lo que sí han creado es una inflación de activos, bonos e incluso acciones (a ver si ciertos desórdenes del ahora pueden tener consecuencias de crisis futuras).
Por todo ello, seguimos pensando que es hora de que los bancos centrales vayan procediendo a la retirada de estímulos. El próximo jueves tenemos reunión del BCE donde debería dar pautas sobre su política de compra de bonos mensuales.
Lo esperamos “acomodaticio y cauteloso”, reducirá el volumen de compras pero lo extenderá en el tiempo, inyectando pero menos. Excusas varias: deben seguir observando durante un tiempo la evolución de esa inflación subyacente que se resiste y, además, la retirada de estímulos podría provocar una apreciación adicional del euro, poniendo con ello en riesgo las expectativas de inflación y los beneficios de las compañías que exportan fuera de la zona euro.
Nosotros añadimos, miedo a retirar lo que alimenta nuestra adicción y que ello pueda provocar una caída de los bonos y las bolsas, que han crecido al calor de esas políticas. Igual las economías se encuentran preparadas para la normalización, pero no así los mercados, ¿o no? Cuánto recuerdo al Mario de los peores momentos de la crisis: […] y por Dios acometan reformas, reduzcan los desequilibrios que les permitan tener un crecimiento sano, que yo estoy poniéndoselo todo lo más fácil posible, pero esto no durará para siempre jamás.
En fin, no se preocupen por mis elucubraciones, miren que nosotros, los gestores, nos pasamos el día haciendo examen de conciencia y les confieso que es agotador. Pero a pie de cartera lo que seguimos teniendo por delante es un mercado alcista. Tras las dudas vividas durante 2016 los indicadores se han girado claramente al alza, los beneficios de las compañías han salido de la recesión y crecen de manera sólida. Todo ello refuerza nuestra hipótesis de que nos adentramos en una nueva fase de confianza que debería durar años; no se olviden de las correspondientes correcciones, de eso no nos libra nadie. Más avanzados los americanos pero lejos de la euforia y de los desequilibrios propios de un fin de ciclo, al menos por ahora.
Díganme, cuántas veces me han escuchado hablar del gran reto: la vuelta al crecimiento de los beneficios empresariales. Pues a partir de hoy cambio el mensaje: