Parece como si el mercado estuviera pasando por un momento de máxima relajación en el que nada ni nadie pueden ser capaces de alterarlo.
Claro que conocidos los antecedentes, esto no se lo cree nadie y ejemplos de que los inversores se conviertan en seres sin raciocinio los hay para todos los gustos y públicos.
Donald Trump oficializó la amenaza de gravar 200.000 millones de dólares de importaciones chinas con un impuesto del 10% y el mercado, salvo unas caídas que no han representado el fin del mundo, sigue como si tal cosa. Esto, y que en 2019 todos los productos chinos que entran en EE.UU. puedan soportar un arancel, de momento no son más que palabras, pues los inversores han reducido las posibilidades de una guerra comercial real, pensando más en que todo sea parte del juego negociador. Aunque esto no excluye el riesgo de que la retórica de los gobiernos de ambos países pueda alcanzar un punto de no retorno que efectivamente nos lleve a un escenario, digamos, difícil.
Todo lo que rodea a la guerra de aranceles es lo suficientemente potente como para eclipsar otros eventos tales como la reunión entre los presidentes de las dos Coreas, la democrática y la democrática de verdad. Debería pasar aún más inadvertido de no ser porque todo lo que sea reducir ruido en Asia es especialmente bienvenido ahora que los emergentes están en la picota, incluso aunque Turquía o Argentina poco tengan que ver con el Lejano Oriente.
Ni que decir tiene el nulo impacto de dos de los indicadores publicados ayer. Por un lado la sorpredente caída del índice manufacturero de Nueva York, que rema contra el buen tono del resto de datos económicos norteamericanos. Pero sobre todo está el IPC de la zona euro, que se mantuvo en el 2% el general y en el 1% el subyacente, por lo que de momento el BCE puede seguir durmiendo sin presión de ningún tipo.
Buen día.