Hace años presencié la negativa de una persona a hacer testamento, con el agravante de que era un enfermo de cáncer. El resultado de su decisión fue que, tras su fallecimiento, a su familia le costó cerca de un año de trámites judiciales poder cobrar la herencia. Desde luego que, durante todo este proceso, esta persona estuvo muy viva en los pensamientos de sus allegados, aunque quizá no por los motivos que hubieran sido deseables.
Es muy humano rehuir un tema tan personal y delicado como la muerte, pero estaremos haciendo un flaco favor en el futuro a aquellos que queremos proteger. Porque, ¿acaso hacer testamento supone que vamos a morirnos antes? A fecha de hoy, yo no conozco ningún caso.
Lo curioso es que el testamento es un documento relativamente barato, teniendo en cuenta la trascendencia del mismo y, en ocasiones, su complicación jurídica. Según el Consejo General del Notariado, su coste ronda los 36 euros y es independiente de cuánto valgan los bienes del testador. Si es más largo de lo normal, puede subir ligeramente el precio (es muy raro que supere los 60 euros).
El testamento es siempre revocable, es decir, siempre se puede cambiar; el que lo otorga puede hacer cuando quiera otro posterior. Por supuesto, no impide al testador disponer de sus bienes, igual que si no lo hubiera hecho. Simplemente se trata de la voluntad de una persona sobre cómo han de repartirse sus bienes cuando falte, pero no afecta a su vida. Aunque supone, en muchos casos, un ejercicio de planificación.
En este caso, es importante tener previsto cómo pueden nuestros herederos hacer líquido este patrimonio, qué impacto fiscal tendrán las distintas alternativas, o incluso, en qué casos es más interesante donar en vida, dado que el contexto impositivo cambia con el tiempo.
Dentro de este proceso de previsión, es interesante contemplar no solo cómo trasladar a quienes queremos nuestro patrimonio actual, sino también cómo completarlo si fallecemos antes de lo que esperamos. Aquí cobran valor las distintas opciones que nos ofrecen los seguros en cuanto a importes, situaciones cubiertas y beneficiarios. Este último punto es especialmente interesante dado que el capital recibido como beneficiario de un seguro de vida no entra a formar parte de la masa hereditaria.
La muerte es inevitable, pero está en nuestra mano mitigar sus consecuencias. Como dice Ari Wallach, gurú del pensamiento transgeneracional, “el futuro no es un sustantivo, es un verbo y, como tal, requiere acción y que nos esforcemos, invitándonos a pensar más allá de nosotros mismos».