Estoy dispuesto a sacrificarme por el bien común como muchos otros españoles. Quizá entiendo mejor las medidas anunciadas por el Gobierno porque soy testigo a diario de la presión a la que nos someten los inversores o mejor dicho los acreedores, aquellos que tienen que dejarnos dinero para pagar nuestras facturas. Sí, así está la cosa. Si no continúan prestándonos, pronto dejaría de haber caja para los sueldos de los funcionarios, la factura eléctrica, el petróleo que importamos, las medicinas de los hospitales, y un largo etcétera.
Estoy seguro de que si en lugar de hablar de “mercados” o incluso de “inversores institucionales” habláramos de “acreedores” al referirnos a todas aquellas instituciones, organismos o incluso particulares extranjeros que compran letras, bonos u obligaciones del Tesoro español, a la gente le sería más sencillo entender por qué se castiga a España como país exigiendo cada vez más intereses por nuestra deuda.
Hemos perdido la confianza de nuestros acreedores. Y hay múltiples motivos para ello: un gobierno que niega la realidad durante casi 3 años disparando el gasto y la contratación pública. Cuando actúa lo hace de forma tibia y maquilla cifras oficiales en la antesala de las elecciones generales. Vuelco político que sugiere la posibilidad de un gran cambio por la abrumadora mayoría conseguida por el nuevo Gobierno. Tras un inicio de mandato esperanzador en materia reformista, dilapida la ilusión del cambio al retrasar medidas esenciales durante tres meses, de nuevo por intereses políticos.
Y ahora, cuando la presión se hace insostenible, decide llevar a cabo un “ajuste fiscal” sin precedentes, haciendo recaer el mayor esfuerzo en los ciudadanos, la mayoría de los cuales, comprensiblemente, ni entienden ni comparten unas medidas que afectan directamente a su bolsillo.
Y en todo este tiempo, ni una sola reforma dirigida a reducir la estructura administrativa del Estado, verdadero cáncer de nuestro país.
Basta de despilfarro. Basta de excusas, basta de esconderse detrás de estudios o comisiones que no hacen sino disfrazar la realidad y exacerbar los ánimos de unos ciudadanos hastiados de la incapacidad de una clase política preocupada por sus intereses y cada vez más alejada de los problemas reales del país.
Los políticos me han decepcionado, de nuevo. Son capaces de subir impuestos de forma generalizada, de reducir salarios a un colectivo y de llevar a cabo medidas de ajuste a empresas y familias, pero no tienen valentía para acometer el ajuste más necesario y seguramente el más eficaz: la reforma de la administración, tanto central como autonómica y local. La única explicación es que no quieren meter la tijera en su cortijo.
Llegados a este punto de deterioro de nuestra economía, es verdad que hay que tomar medidas drásticas. Nuestros acreedores no están dispuestos a prestarnos más dinero si no somos capaces de reducir nuestro déficit. No es menos cierto que estas medidas traerán menos crecimiento y más paro a corto plazo. En definitiva, más sacrificio.
Cuando veo las sesiones en el Congreso, con un Gobierno tratando de justificar las medidas adoptadas y toda una oposición mirando para otro lado, como si ellos no fueran responsables de nada de lo que está pasando, me recuerda a Poncio Pilato lavándose las manos. Cuánta hipocresía se destila en ese famoso salón.
Los políticos, de toda clase y condición, incluidos los sindicalistas, por supuesto, son los primeros que tienen que renunciar a sus privilegios. Y no me refiero a reducirse el sueldo en un determinado porcentaje, sólo faltaba. Me refiero a dejar de colocar y mantener a sus amigos y familiares en empresas públicas, comisiones, organizaciones u organismos con la única idea de pagar el favor debido o simplemente obedeciendo al “hoy por ti, mañana por mí”.
¿A qué se debe si no el ingente número de este tipo de “entes” que han proliferado en nuestro país? Hay justificaciones de todo tipo, pero la realidad es que la gran mayoría de los mismos pierden dinero año tras año, mientras sus directivos gozan de los mismos privilegios, o más, que los políticos que los nombran. Y estos personajes, con su cohorte de asesores, asistentes, secretarias, mecánicos, seguridad, teléfonos, comidas, etcétera, nos han ido chupando la sangre poco a poco. Hasta que nos han desangrado.
España es una gran nación. Nos hemos levantado de golpes más duros. Puedo comprobar la valía y el esfuerzo de la gente día tras día. Las ganas de hacer bien las cosas, de completar su trabajo, de mejorar y hasta de agradar. Tengo la suerte de verlo en mi empresa a diario. Gente que madruga, que saca adelante sus familias a pesar de los recortes y del entorno, de las parejas o familiares en paro. Gente que se esfuerza para ayudar a los demás, con su trabajo, con sus aportaciones dinerarias, con su apoyo a buenas causas como ONG o fundaciones.
Tengo ocasión de ver emprendedores que ponen en marcha proyectos gracias a su talento, sus buenas ideas y su trabajo.
Claro que hay otro modelo económico. Claro que podemos salir de esta. Pero es fundamental soltar lastre. Reducir el tamaño de la administración para poder apoyar a los empresarios, los investigadores (públicos y privados) que necesitan recursos para sacar adelante sus proyectos y de paso convertir España en algo más que un país de sol y playa.
Pero para ello es necesario dejar atrás rencillas y reivindicaciones absurdas que nacen del egoísmo de una clase política caprichosa y mimada que más se parece a un niño pequeño que a lo que se debe esperar de un líder responsable, capaz de gestionar los recursos de los ciudadanos de forma eficaz y diligente.
No me verán pegando gritos por la calle ni haciendo llamamientos a la insumisión como tampoco me verán alabando a unos políticos por tomar medidas que hace tiempo que debían haber tomado. Pero ahora más que nunca hay que ser responsable. Sólo con el trabajo bien hecho, con el sentido común y con sacrificio podemos salir. Me conformaré si al menos un político lee este texto y le sirve para reflexionar y sentirse arropado para llevar a cabo las medidas que servirán para reducir la presión sobre el ciudadano y, sobre todo, para hacerle ver que el esfuerzo es compartido de verdad.
Y, sobre todo, me daré por satisfecho si aquellos que están anclados en la protesta, la reivindicación, el mal rollo, el catastrofismo y la manifestación ¡nos dejan trabajar a los que todavía podemos y queremos hacerlo!