El verano, si no oficial, al menos oficiosamente está terminado.
Durante este periodo el crecimiento mundial se ha mantenido estable a pesar de las amenazas, que llegan principalmente del mundo emergente y la fragilidad que han mostrado algunos de sus países. A la cabeza, como ya sabe todo aquel que no haya querido desconectar, Argentina y Turquía, cuyos problemas representan «lo peor» de los países en vías de desarrollo (luego lo tienen más negro aquellos al borde de considerarse Estados fallidos) en términos económicos, que no es otra cosa que tener una deuda excesiva en dólares que se puede hacer difícil de pagar.
Empezamos la larga recta final de año con EE.UU. celebrando su propio festivo del trabajo, no vaya a ser que alguien les confunda con la muy social Europa. Precisamente la política y sus riesgos han seguido repartiendo juego, especialmente concentrado en la amenaza creciente, hablando de mercado, que supone Italia por la voluntad de seguir un camino alejado de las normas presupuestarias de la Unión Europea.
Claro que el miedo a la imprevisibilidad política tiene en el inquilino de la Casa Blanca una fuente inagotable de recursos. Aunque el tema comercial ha estado un poco más escondido de lo habitual gracias a la angustia de los emergentes, también es cierto que se han dado grandes pasos en la creación de un nuevo NAFTA que de momento no cuenta con Canadá, pero que vistos los antecedentes, pronto podría hacerlo. Lo de China y los cientos de miles de millones de aranceles cruzados es otra batalla que, como implica una gran cantidad de dinero e intereses, va a exigir más tiempo y altibajos.
No puede quedar en el alero otro de los grandes puntos del momento y de los últimos años: el de la inflación. Con esta, como por ejemplo con el crecimiento, poca novedad, pues en EE.UU. sigue creciendo poco a poco la presión en precios mientras que en Europa los rebotes se reducen a espejismos provocados por el repunte del coste de la energía. Mientras, eso sí, los bancos centrales sin prisas.
Buen día.