Es su momento y lo están disfrutando.
Los políticos italianos han conseguido centrar la atención de todos por eso del miedo a que el euro pueda volver a estar en entredicho. Se dice que los mercados se expresan a través de los costes de la deuda, que ayer saltaron por los aires, pero en realidad son los inversores de carne y hueso los que están optando por decir que a Italia no le quieren seguir prestando dinero, y que si lo hacen, será a cambio de un interés más elevado, que fiestas aquí ya no se financia ni una.
La seriedad del asunto ha provocado un brote de contagio por todo lo que sea riesgo. Ahí entra naturalmente la deuda de la periferia, a pesar de que las mociones y contramociones contra el Gobierno de España también suman; por supuesto que hay lugar para los sectores más agresivos de la bolsa en términos de riesgo, los bancos, que son los que más bonos soberanos poseen. Y en último lugar no podía faltar el sufrimiento del euro, asentado ahora mismo por debajo del 1,16. ¿Entonces qué queda para beneficiarse? Lo de siempre, deuda pública de EE.UU. o Alemania, por poner los dos mejores ejemplos.
Siguiendo con Italia, la gravedad de la crisis institucional queda patente no solo en las preocupaciones de los inversores, pues un organismo como el Banco de Italia recordó ayer la fragilidad de la confianza de todos los actores económicos, un bien preciado e increíblemente fácil de perder. Solo faltaba rematarlo con la aparición de los demonios de todo Tesoro Público en aprietos, una agencia de rating como Moody’s, que ya ha advertido que tiene el hacha afilada y preparada para otra demostración de fuerza.
Hacía ya tiempo que esto del riesgo político de Europa no tiraba abajo los mercados. Si no, que se lo digan a EE.UU., que ayer publicó una batería positiva de indicadores económicos que incluían confianza o industria pero que no sirvieron para absolutamente nada, porque Wall Street sufrió a la europea.
Buen día.