La cumbre del G20 no ha dado grandes titulares y, desde luego, genera pocos cambios de tendencia económica. Estados Unidos y China solo han acordado no intensificar la penalización vía aranceles, pero no se ha llegado a un acuerdo real.
En un interesante resumen de Bloomberg, “Economists Are Skeptical That Trump-Xi Truce Will Rescue Growth”, se muestra la vaguedad de lo acordado según las principales casas de análisis. En realidad, nada ha cambiado. Se retrasan los planes de introducir nuevos aranceles, y el resultado es exactamente lo que ocurrió en el anterior G20.
Sin embargo, los mercados han reaccionado con fuerza ante el alivio de que no empeoren las cosas. Los activos refugio, como el oro, caían y las bolsas subían a pesar de que los índices manufactureros de China, Alemania y Japón publicados el lunes mostraban debilidad y resultados peores de lo esperado.
Es difícil pensar que lo acordado en el G20 va a mejorar las perspectivas económicas, fundamentalmente porque la debilidad de la eurozona o de China y la ralentización de Estados Unidos no tienen nada que ver con la mal llamada guerra comercial, sino con casi una década de exceso de políticas de demanda, que han perpetuado el exceso de capacidad, aumentado la deuda y convertido a las economías en menos dinámicas zombificando los sectores de baja productividad vía tipos bajos y refinanciación constante, como muestra el Bank of International Settlements.
Si hay una noticia positiva para el crecimiento económico mundial no ha llegado del G20, sino del acuerdo entre Mercosur y la Unión Europea, tras veinte años de negociaciones. La Unión Europea liberaliza sus importaciones agrícolas, industriales y de servicios y apoya a una mejora que puede ser muy relevante en el crecimiento económico de los países integrados en el Mercosur, además de fortalecer el crecimiento de la UE.
Desafortunadamente, los acuerdos del G20 suelen ser muy poco relevantes y, cuando se detallan, no reducen el riesgo de alto endeudamiento ni el de exceso de capacidad, sino que suelen blanquearlos. El gran problema del G20 es que suele apoyar los errores de saturación de deuda y gasto político para aumentarlos, no para reducirlos.
China y Estados Unidos están embarcados en mucho más que una guerra comercial. Si China mantiene control de capitales, inseguridad jurídica y falta de respeto a la propiedad intelectual, los aranceles volverán a aumentar en pocos meses.
En realidad, estamos viviendo una especie de “Día de la Marmota”, la repetición constante de algo que ya hemos vivido: un apretón de manos, un par de tuits, mensajes razonablemente amplios, pero poca realidad.
Nuestras estimaciones de crecimiento económico y de beneficios empresariales no cambian a mejor tras el G20, pero sí alertamos del riesgo de autocomplacencia cuando los indicadores macroeconómicos empeoran y los inversores aumentan exposición a riesgo. Lo que se desprende en muchos casos de esta diferencia entre indicadores macro y valoraciones de mercado, sobre todo en renta fija, es que existe una sola apuesta coordinada: que los bancos centrales inyectarán mayor liquidez y bajarán tipos. ¿Volvemos a la famosa práctica de “cuanto peor, mejor” que llevaba a los inversores a aumentar exposición a beta y riesgo cuando empeoraban los datos macro porque implicaría mayor intervención monetaria? Como mínimo debemos ser cautelosos en la exposición procíclica. Los datos macroeconómicos muestran la evidencia de la ralentización y riesgo de estancamiento, pero lejos de datos de crisis similares a los de 2008. La temporada de resultados empresariales se acerca y, en nuestra opinión, será un catalizador mucho más importante que otra cumbre de buenas palabras y pocas realidades.