Durante sus primeros días al mando, Trump ha guillotinado la reforma sanitaria del anterior Gobierno y ha retirado a Estados Unidos del joven TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, firmado en febrero de 2016 y formado, entre otros, por Japón, Australia, Canadá, vamos, lo que se dice el 40% del PIB mundial).
Hay más. Ha rubricado una orden para renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y confirmado su intención de levantar un muro en la frontera con México y que lo pague el país azteca. Como alternativa de pago, mencionaba imponer aranceles a las importaciones de productos mexicanos de un 20%. El viernes, en una nueva orden ejecutiva, suspendió el plan de acogida de refugiados sirios por un tiempo indefinido. Asimismo, incluyó la suspensión en la concesión de visados de varios países de mayoría musulmana con historial de terrorismo —Libia, Sudán, Somalia, Siria, Irak, Yemen e Irán— hasta que se adopten procesos de “vigilancia extrema”.
Seguramente el nuevo mandatario americano va a convertirse en el presidente que más promesas electorales ha cumplido en menos tiempo. Sus políticas proteccionistas tendrán ganadores y perdedores y no nos referimos a los de fuera de sus fronteras, sino a los propios ciudadanos norteamericanos, sobre todo a aquellos de rentas más bajas que podían optar por comprar productos extranjeros más baratos, o aquellos otros que elegían una mejor calidad. Una guerra comercial podría ser, en principio, perjudicial para todos, pero pensamos que serían precisamente las clases trabajadoras, cuyos intereses dice Trump querer defender, las que saldrían peor paradas. ¿Las compañías internacionales? A ver —dice el máximo directivo de una de ellas—, ¿qué inversión debo realizar en suelo estadounidense para que mi nombre deje de aparecer en los “tuits” del presidente? [por cierto, hay una aplicación que alerta al usuario cuando el electo Trump “tuitea” sobre una empresa cotizada en la que esté invertido. Esto permite al inversor responder de inmediato a los cambios en la cotización de sus acciones. “Los tiempos cambian que es una barbaridad”]. Entre 1500 y 2000M$ —le aconseja el financiero—. Hecho, que sean 2500 y lo anuncias ¡pero ya! —sentencia el CEO—.
En fin, si no es de esto de lo que yo quería hablarles hoy, ni de que en los últimos 8 años en 55 países han aumentado las medidas proteccionistas; ni de que en su último informe la OMC indica que las medidas restrictivas adoptadas para el comercio, entre mediados octubre de 2015 y mitad de mayo de 2016 por las economías del G20 ascendieron a 145, unas 21 al mes. Todo ello en un entorno mundial en el que se ha incrementado la inestabilidad económica, política y geopolítica y en el que muchos acusan de sus problemas a la globalización y los cambios estructurales que ha provocado y ¿por qué no?, al cambio tecnológico, que ha afectado seriamente a algunos sectores, sus puestos de trabajo, salarios y perspectivas de futuro.
Dice mi amigo Nicolás: “Estamos en una economía en transformación desde lo físico hacia lo virtual o digital. Una economía de servicios y consumo. El peso de la inversión tradicional es cada vez menor, no porque esté transitoriamente deprimida, sino porque la naturaleza de la economía está cambiando. Las grandes empresas invierten cada vez más en activos intangibles y menos en activos físicos.”
¿Es pues una solución, más allá del primer impulso transitorio, un programa estatal de inversión en infraestructuras físicas? ¿Echará Trump de menos aquellos años 50 de su tierna juventud?
Está claro que debemos esperar el diseño final de ese programa, pero nos preguntamos si esta senda de estímulos fiscales es la más adecuada para una economía que lleva 7 años en expansión, con una deuda que supera el 100% del PIB y una tasa del paro inferior al 5%. No parece que la economía americana pueda necesitar estímulos de este sesgo y lo que sí podría provocar es un deterioro de las cuentas públicas y una aceleración excesiva de la inflación, que obligaran a la Reserva Federal a incrementar el ritmo de subida de tipos.
Nuestro mayor miedo a nivel bolsas sería que el mercado se sintiera decepcionado por estas políticas, que desde noviembre han provocado un cambio en las expectativas para la economía y una alteración en el escenario para las inversiones, y que pudiera desandarse el camino de las subidas.
Preferimos quedarnos en un punto intermedio, que estas políticas no supongan un mayor impulso para los mercados, pero tampoco un deterioro de los mismos. Y no olviden que los datos macroeconómicos, los fundamentales, continúan progresando adecuadamente.
Virginia M. Pérez Palomino
Responsable de Renta Variable